Bordes, fronteras y límites no siempre visibles

Desigualdades sociales y urbanas

Dentrofuera; privado-público; reproductivo-productivo; mujer-hombre; femenino-masculino; naturaleza-cultura; sentimiento-razón, y podemos seguir enumerando pares socialmente excluyentes y opuestos, dado que nuestra sociedad, nuestra cultura, están construidas sobre un binarismo que aún hoy genera límites y bordes con pocos umbrales o grises.

Todos estos pares excluyen y contraponen, nos ubican en un lado o en otro y, según cuál sea el lugar de la dualidad en el que te hayan ubicado aparecen fronteras más difíciles de atravesar, se trata de una organización a partir de lugares asignados que generan desigualdades

En caso de nacer mujer, sexo biológico, la organización social patriarcal nos depara muchos límites, bordes y fronteras que se ven agravadas con otras características que no pueden llevar a incrementar el desajuste de la balanza, es lo que se denomina la interseccionalidad.

Por ello, cuando analizamos la realidad física, social, económica y material desde la perspectiva de género interseccional lo que observamos, tanto cualitativamente como cuantitativamente, en primer lugar, es si se trata de hombres o mujeres, para luego ahondar en las múltiples características que nos definen como pueden ser la edad, la clase, la dependencia, las condiciones de derechos, y otras que se agregan para determinar el acceso diferencial y desigual a derechos.

Estos límites que enfrentan las mujeres son tanto laborales como de acceso al uso y disfrute de los tiempos y espacio. Las arquitectas y urbanistas no somos excepción, también nos vemos afectados en el ámbito laboral por situaciones como el llamado techo de cristal; la maternidad; los espacios o entornos de trabajo hipermasculinizados, visibles en la extrañeza que aún causa una mujer profesional en determinadas circunstancias o trabajos.

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Las políticas laborales actuales hacen que la maternidad sea un problema para el desarrollo profesional de las mujeres. Imagen Charles Deluvio/Unsplash

Que la maternidad sea un problema para que las mujeres puedan elegir o acceder a ciertos trabajos, es una evidencia de que como sociedad se ha pensado en que se resuelva internamente, en cada familia, y ello penaliza a las mujeres. Podría haber políticas de conciliación que haga recaer la responsabilidad a ambos progenitores, que incluyan políticas laborales específicas; se pueden pensar los cuidados de forma colectiva. Como ejemplo, en Estados Unidos de América, las mujeres trabajan 5,6 horas diarias en los trabajos de cuidados no pagados, frente a las 3,6 horas de los hombres, desigualdad que repercute en el trabajo productivo teniendo menos posibilidad de ser promovidas convirtiéndose en un círculo vicioso de exclusión, de límites.

Muchos, demasiados, entornos laborales están muy masculinizados, entendiendo por esto la hiper competencia, y el vivir solamente para el trabajo, entre otras, muchas mujeres, tanto por su rol asignado como por valorar otras maneras y aspectos de la vida, no pueden o no quieren acceder a ellos. Nuestra sociedad tiene hipertrofiada la esfera de la producción, sin darse cuenta ni valorar que los cuidados de otros seres vivos y del planeta son fundamentales, también para la producción.

Muchas ciudades son un fiel reflejo de esta hipertrofia, ciudades zonificadas y fragmentadas. Las ciudades y territorios que requieren desplazamientos exclusivos que demandan gran cantidad de tiempo para acceder a espacios de producción son inoperantes, imposibles para la vida. Y evidentemente en estas conformaciones urbanas la igualdad es un espejismo. El tiempo es una barrera, es un límite, el día solo tiene 24 horas, es un recurso finito que se malgasta en estas geografías urbanas.

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La planificación urbana necesita incorporar las formas cómo las mujeres usan la ciudad y el territorio. Imagen Maxime Caron/Unsplash

Las mujeres usamos estos territorios de manera diferente debido a diferentes responsabilidades, tareas, recursos económicos y seguridad. Sin embargo, poco se ha tenido, y se tienen en cuenta estas diferencias con lo cual se reafirman las desigualdades existentes, ya que si no se las ve y no se las (re)conoce, no se pueden mejorar. Existen evidentemente razones económicas, de capacidades (la interseccionalidad también antes señalada) pero con los roles asignados y las tareas de los cuidados que conllevan un tipo de desplazamientos que requieren distancias y tiempos cortos.

Los límites, bordes y no siempre tienen que ver con un muro o con una barrera física evidente, sino que pueden tratarse de conformaciones sociales que se reflejan en formas físicas que tenemos asumidas e incorporadas con normalidad y naturalidad. ¿Es posible pensar en términos de vida y aceptar ciudades que se extiendan por cientos de kilómetros, y cuya movilidad tiene que ser predominantemente en vehículo privado, consumiendo tiempos y recursos finitos humanos y naturales? ¿Dónde quedan las personas y sus vidas? ¿Dónde queda la vida de nuestra casa, el planeta y las vidas de otras especies? Frente a la competitividad y el siempre más, tenemos que repensarnos como civilización desde la ecodependencia y la interdependencia para poder reconstruirnos sin límites, bordes ni fronteras.

Imagen principal: Las mujeres enfrentan limites, bordes y fronteras que generan desigualdades en los entornos profesionales y personales. Imagen Greg Shield/Unsplash

 

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Interior, taller de carpintería Atelier de Bois, Thionck Essyl, Senegal, 2019, dawoffice. Foto © Jara Varela.